Un periodista quiso responder esta pregunta y borrar su identidad. Todo un país se lanzó a su caza, haciendo de internet la pieza clave de la búsqueda.
por Jennifer Abate - 13/02/2010 - 11:46
¿A quién no le ha pasado querer desaparecer alguna vez? Hay muchas situaciones que pueden gatillar la necesidad de borrarse del mapa: las cuentas que no se pueden pagar, los compromisos por cumplir o, simplemente, una ruptura amorosa que duele más de la cuenta.
Al periodista de la revista Wired, Evan Ratliff, no le ocurrió nada de esto. Simplemente investigaba sobre los motivos de los miles de norteamericanos que decidían libremente desaparecer, olvidar su antigua vida y así comenzar otra nueva. Acostumbrado a encontrar a las fuentes más inubicables valiéndose de todas las herramientas tecnológicas, no pudo sacar de su cabeza esta pregunta: ¿es posible desaparecer completamente?.
Sin perder tiempo, le propuso la idea a su editor en la revista Wired, Nicholas Thompson: quiero desaparecer. Quiero probar si una persona puede cambiar de identidad y vivir una vida normal sin que nadie se entere. Muy bien. Ratliff debía desaparecer completamente desde el 15 de agosto al 15 de septiembre de 2009, al mismo tiempo que la revista publicaba avisos con las fotos del periodista ofreciendo una recompensa de 5 mil dólares para quien fuera capaz de tomarle una fotografía mientras le decía "¡pillado!".
PREPARANDO LA DESAPARICIÓN
Por si no se ha fijado, cada posteo en Twitter y cada foto que comparte en Facebook hablan de sus intereses, de sus amigos y de su trabajo. Asimismo, toda transacción que haga con su tarjeta de crédito es fácilmente rastreable, tanto como las llamadas que hace desde su celular o la ubicación exacta del computador desde donde revisa su correo electrónico.
Ratliff necesitaba ocultar su identidad, pero aún necesitaba otra, así que se inventó un nombre, James Donald Gatz, y construyó para su personaje una vida pública en las redes sociales. Instaló en su laptop los programas que enmascararían su dirección IP, compró celulares de prepago y se olvidó de las tarjetas de crédito. Vendió su auto, besó a su novia y se largó sin rumbo, dispuesto a ganar los 5 mil dólares de la apuesta.
ESTADOS UNIDOS A LA CAZA
Utilizando los buses para transportarse de una ciudad a otra, Ratliff se hospedó en hoteles pequeños donde no exigieran muchas preguntas sobre su identidad. Durante los primeros días, su vida se convirtió en unas apacibles vacaciones en las que se dedicaba a inventarse nuevas apariencias. Pero en internet ya se había desatado la cacería.
Miles de interesados crearon cientos de grupos de discusión en los que compartían la información más privada de Ratliff, probando que la web alberga más datos sobre nosotros de los que podemos imaginar. En sólo unos días, hambrientos cazadores conocían los apodos de infancia del periodista, la dirección de su casa y los detalles de su enfermedad celíaca, que sólo le permitía la comida sin gluten.
Jonathan Mäkelä, un estudiante de 16 años conocido por ser un incipiente hacker, y Jeff Reifman, ex programador de Microsoft, fueron los que más se obsesionaron con la búsqueda. Mäkelä, que ya había obtenido mucha información a través de la colaboración de otros cazadores en internet, comenzó a compartirla directamente con Reifman.
Mientras tanto, Evan Ratliff comenzaba a deprimirse. Estar solo no era fácil y toda la comunicación superficial que tenía con las personas que diariamente lo atendían no era suficiente para borrar su nostalgia. Ese fue su punto débil. En su camino a Nueva Orleans decidió contactarse con antiguos amigos de la ciudad y los agregó a la cuenta de Twitter de James Gatz. También visitó la página web de Naked Pizza, la pizzería local que vendía productos sin gluten. Ninguno de estos movimientos pasó inadvertido para Mäkelä y Reifman. La trampa estaba tendida.
Tras casi un mes de lograr esconderse de todo un país que seguía sus pasos, Ratliff entró a Naked Pizza para almorzar. Se dio vuelta como si nada cuando Jeff Leach, uno de los dueños del local, le tocó el hombro, pero se quedó congelado cuando le sonrió con un: "¿De casualidad conoces a un tipo llamado 'Pillado'?".
Aunque perdió la apuesta, Ratliff no se arrepiente: pudo contar una de sus mejores historias en Wired y la experiencia le sirvió para darse cuenta de que su vida cotidiana, más allá de las redes sociales, era un valor al que, ahora sabía, no podía renunciar.
Fuente: http://www.latercera.com/contenido/739_225788_9.shtml
Me ha parecido una historia muy curiosa... está claro que los celíacos no pasamos desapercibidos :-)
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